En un análisis
reciente hecho por la OMS, la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres
y el Consejo de Investigaciones Médicas, basado en los datos de más de 80
países, el 35% de las mujeres han sufrido violencia física o sexual por parte
de su pareja o violencia sexual por terceros.
También es
necesario resaltar que la violencia de pareja se refiere al comportamiento de
la pareja o ex pareja que causa daño físico, sexual o psicológico, incluidas la
agresión física, la coacción sexual, el maltrato psicológico y las conductas de
control. Mientras que la violencia
sexual es cualquier acto sexual, la tentativa de consumar un acto sexual u otro
acto dirigido contra la sexualidad de una persona mediante coacción por otra
persona, independientemente de su relación con la víctima, en cualquier ámbito.
Comprende la violación, que se define como la penetración, mediante coerción
física o de otra índole, de la vagina o el ano con el pene, otra parte del
cuerpo o un objeto.
La mayor parte de
esta violencia corresponde a la ejercida por la pareja. A nivel mundial, cerca
de un tercio (30%) de las mujeres que han tenido una relación de pareja han sufrido
violencia física y/o sexual por parte de su pareja. En algunas regiones la
cifra es mucho mayor. Un 38% de los asesinatos de mujeres que se producen en el
mundo son cometidos por su pareja.
La violencia de
pareja y la violencia sexual son perpetradas en su mayoría por hombres contra
mujeres y niñas. El abuso sexual infantil afecta a niños y niñas. En los
estudios internacionales realizados, aproximadamente el 20% de las mujeres y el
5%-10% de los hombres refieren haber sido víctimas de violencia sexual en la
infancia. La violencia entre los jóvenes, que incluye también la violencia de
pareja, es otro gran problema.
Los factores de
riesgo de violencia de pareja y violencia sexual son de carácter individual,
familiar, comunitario y social. Algunos se asocian a la comisión de actos de
violencia, otros a su padecimiento, y otros a ambos. Entre los factores de
riesgo de ambas, violencia de pareja y violencia sexual, se encuentran los
siguientes:
- un bajo nivel de instrucción (autores de violencia sexual
y víctimas de violencia sexual);
- la exposición al maltrato infantil (autores y víctimas);
- la experiencia de violencia familiar (autores y víctimas);
- el trastorno de personalidad antisocial (autores);
- el uso nocivo del alcohol (autores y víctimas);
- el hecho de tener muchas parejas o de inspirar sospechas
de infidelidad en la pareja (autores);
- las actitudes de aceptación de la violencia (autores y
víctimas).
La desigualdad de
la mujer con respecto al hombre y el uso normativo de la violencia para
resolver los conflictos están estrechamente asociados tanto a la violencia de
pareja como a la violencia sexual ejercida por cualquier persona.
Los costos
sociales y económicos de este problema son enormes y repercuten en toda la sociedad.
Las mujeres pueden llegar a encontrarse aisladas e incapacitadas para trabajar,
perder su sueldo, dejar de participar en actividades cotidianas y ver menguadas
sus fuerzas para cuidar de sí mismas y de sus hijos.
En la actualidad
hay pocas intervenciones cuya eficacia se haya demostrado mediante estudios
bien diseñados. Son necesarios más recursos para reforzar la prevención de la
violencia de pareja y la violencia sexual, sobre todo la prevención primaria,
es decir, para impedir que se produzca el primer episodio.
Respecto a la
prevención primaria, hay algunos datos correspondientes a países de ingresos
altos que sugieren que los programas escolares de prevención de la violencia en
las relaciones de noviazgo son eficaces. No obstante, todavía no se ha evaluado
su posible eficacia en entornos con recursos escasos.
Otras estrategias
de prevención primaria que se han revelado prometedoras pero deberían ser
evaluadas más a fondo son por ejemplo las que combinan la microfinanciación con
la formación en materia de igualdad de género, las que fomentan la comunicación
y las relaciones interpersonales dentro de la comunidad, las que reducen el
acceso al alcohol y su uso nocivo, y las que tratan de cambiar las normas
culturales en materia de género.
Para propiciar
cambios duraderos, es importante que se promulguen leyes y se formulen
políticas:
- que protejan a la mujer;
- que combatan la discriminación de la mujer;
- que fomenten la igualdad de género; y
- que ayuden a adoptar normas culturales más pacíficas.
Una respuesta
adecuada del sector de la salud puede ser de gran ayuda para la prevención de
la violencia contra la mujer y la respuesta consiguiente. La sensibilización y
la formación de los prestadores de servicios de salud y de otro tipo
constituyen por tanto otra estrategia importante. Para abordar de forma
integral las consecuencias de la violencia y las necesidades de las víctimas y
supervivientes se requiere una respuesta multisectorial.
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